Imagino cómo será Imagino un rostro sin nombre tirado sobre la banqueta En mis manos la rabia y la cólera sangre de mis miedos, sangre de su culpa Truenos en la boca, llovizna púrpura el alba cubre mis pies a las dos de la tarde. El fin le llega, me llega, me aparto y huyo No puedo seguir ahí en ese charco de inmundicia Siento las miradas de las almas temerosas, siento que debí contener el río de furia. Cierro y abro los ojos, el espejismo una realidad paralela rota se volca en llanto. Frustración Un rostro sin nombre, una mirada al vacio se llevó la alegría de ese día, se llevo mi paciencia, mi fe. Abro y cierro los ojos, voy de regreso a casa.
Le escribimos a los muertos Sabía que lo que había era temporal, era algo que se llevaría el viento, una choza de paja y el tiempo el aliento feroz del lobo del destino. Sabía que el final sería desgarrador, las nubes grises se posarían de nuevo sobre la loma de los recuerdos felices. Lo sabía, sabía que hablarle al odio era hablarle a un muerto, a un futuro muerto. Porque… ¿qué pasa con aquellos que nos hieren y se marchan? Se mueren. Y sus recuerdos se pudren en nuestras memorias; de vez en cuando la veladora de la nostalgia nos devuelve una sonrisa. A veces la miserable sensación de haber sido abatido, en el duelo entre nuestro corazón y el olvido, nos da esperanza. Sé de antemano que es probable que cuando me llama, que cuando me escribe, también le escribe y le llama, a un muerto.